sábado, 24 de noviembre de 2007

LA RAZA MALDITA DE LOS INTERINOS

En la educación española existen muchas piezas que no funcionan bien porque siguen encuadradas en los viejos moldes institucionales de la era predemocrática. No se hicieron reformas profundas en educación. La figura actual del interino es sólo un botón de muestra del inmovilismo que dirige el sistema. Allá está al fondo de la estructura militaroide de la educación como una escuadra de reserva de las guerras, como el comodín del juego que se usa cuando conviene, como un fiel esclavo a la voluntad de sus amos. Porque en educación, como en el ejército, como en los pueblos primitivos, todavía existen residuos estamentales, estratos diferentes, categorías de personas, fronteras impermeables entre ellas, que son viejos resabios opuestos al presunto esplendor democrático que se vive. Por pura casualidad no se conservan castas y segregaciones establecidas por ley al estilo de otros tiempos y otros pueblos. El sentimiento jerárquico de antaño, como reverso de la presunción social de libertades democráticas y derechos humanos vigentes, a pesar de todo se mantiene. Y se prejuzga a las personas por su rol social, por el resplandor de su economía, por el puesto que ocupa, por el poder que le dio el pueblo con su voto, mucho más que por eficacia profesional y por sus valores humanos. Y, a pesar del supuesto nivel cultural, en el inconsciente colectivo de la administración educativa de Galicia funcionan estos mecanismos regresivos. Los cambios culturales son más lentos que los políticos.
El interino es el último peldaño de la pirámide institucional docente. Su figura jurídica, diluida, borrosa, discriminada dentro del sistema, por ahí anda, con el peso de muchas humillaciones sobre sus hombres y desprovista de los más elementales derechos de respeto laboral, como los esclavos de la antigüedad. Su imagen social paralela está igualmente desprestigiada, tanto en las altas esferas administrativas como en el reducido mundo de su campo de trabajo. Flagrante fue la injusticia –seguramente también inconstitucional- de la discriminación de sueldo que hasta ayer no más se vino manteniendo durante años. Su trabajo profesional es idéntico al de otros profesores o casi siempre realizado en peores condiciones. Se necesitaron huelgas para recuperar los despojos de su reivindicación salarial. Su estabilidad laboral es todavía un juguete que anda cada año en las manos desaforadas de la administración que decide caprichosamente su destino al arbitrio de intereses particulares siempre muy dudosos, sin normativas que lo defienda y sin criterios laborales objetivos. Como en tiempos de dictadura. Pero en este país es buena justificación de la conducta decir que las cosas son buenas o malas simplemente porque siempre han sido así, porque son así y porque deben seguir siendo así. Es la fatalidad de la historia, la fatalidad de la cultura, la fatalidad de la tierra, fatalidad de la tradición y justificación para evitar el riesgo de los cambios que se necesitan y nunca se hacen.
Los contratos laborales anuales, que van de curso a curso, frente a la absoluta estabilidad del gremio docente, parecen un excelente mecanismo para mantener el poder en las manos que lo tienen y prolongar los conflictos siempre latentes y de paso demostrar la incapacidad administrativa para mejorar males crónicos de la educación que tanto dañan a la función pública y a toda la vida social. Conflictos que además pueden y deben resolverse. Su asignación alocada y precipitada en el comienzo de curso a su puesto de trabajo es un festivo y folclórico tráfico de personal educativo que suena mucho más a un juego aleatorio, con tonos dramáticos, que a una planificación inteligente del personal docente en su sitio apropiado. Se remueven en el bombo todas las piezas que han quedado sueltas en el curso precedente. Porque cada año se desarman los claustros de profesores sin beneficio para nadie y con ello la razón de continuidad en la programación de años precedentes. Además de ello se crea el absurdo mercado de personal interino en la feria de la burocracia administrativa muy parecida a la feria de ganado que se celebra periódicamente en los “tourales” de los pueblos gallegos o el sorteo del pescado en las lonjas.
Además el interino es un animal de carga, paciente y receptivo, que en todo caso disfruta la pequeña suerte profana de trabajar en educación sin haber cumplido los ritos sagrados de rigor. Una suerte que no tienen muchos miles de parados que esperan a las puertas del sistema. Y con dudas muy fundadas sobre, si la ausencia de los ritos y la falta del espaldarazo de nombramiento oficial en la sagrada orden de la educación oficial, es causa de deshonra o más bien motivo de orgullo. En todo caso, el pequeño orgullo que le ofrece estrictamente el derecho a un frágil puesto de trabajo. Que no es poco. Porque los beneficios docentes le están vedados a los interinos. Lo suyo son sólo obligaciones. Llega el último al centro, acepta el peor horario sin derecho a decir nada, debe callar porque su voz poco significa frente a la voz de los viejos dueños de los centros. No cobra trienios ni sexenios, así se muera de viejos en acto de servicio continuo igual que los demás profesores, simplemente porque siempre ha sido así. Si alguna cuestión de prestigio -no de trabajo- entra en danza en los centros, el interino debe ponerse al margen del asunto. En el reparto de funciones laborales el interino tiene que recoger del suelo los productos residuales de la planificación. Horarios llenos de horas lectivas sin consideración. Excluidos, sin motivo, de las funciones directivas, representativas, jefes de estudio, hasta jefes de seminario. Se rechazan tácita o abiertamente. No pertenece a esa categoría. Es otra clase social. Un profesional discriminado.
El deterioro social de su imagen es todavía más grave. Acaso un deterioro social que no anda de frente, que no se manifiesta explícito, que no se puede enredar a ninguna fórmula escrita, que se mueve de forma soterrada, escondido en los bajos fondos del alma de los colegas, mezclado con turbios sentimientos que no resulta fácil saber de donde vienen y a donde van, según es muy común en esta tierra. Pero existir, existen como las meigas; tanto en las altas capas de la administración como en los frentes de trabajo. Las intrigas entre profesores en los centros escolares son crónicas y escandalosas. Así el interino no sólo es un desheredado jurídico en el esquema profesional sino un leproso laboral. Nadie lo dice; pero todos lo sienten. Algunas veces se le corteja para formar parte de un bando en contra del otro. Un problema evidente de irracionalidad que nunca se pronuncia en la diáfana luz del sol y se remueve en las tinieblas de la inconsciencia. Reflejo de la incultura subterránea atávica de esta tierra que se filtra también en los centros de la cultura. No se han cumplido los ritos y eso es delito. Una marca ominosa que no se ve, no se toca, no tiene un nombre. Pero todos la distinguen y juegan con ella. Se respira en el ambiente, se presiente, no se disimula suficientemente agazapada en múltiples escondrijos de la convivencia. Se siente en el tono despectivo de la administración que, a pesar de todo, los necesita. Se adivina en el regusto del que tiene la llave del poder en sus manos porque moviliza un escuadrón sumiso. Y lo sufre, sin defensa, la sensibilidad del interino que lleva la procesión por dentro y sólo lo justifica con el menguado sueldo que recibe cada mes.
El interino está en el sistema porque el sistema le abrió las puertas, porque tenía necesidad de su trabajo, obstruyendo así naturalmente otros caminos que podía encontrar en la vida. Se ofrece una pequeña esperanza. Pero el esclavo no tiene la culpa de pertenecer a una sociedad esclavista. El sistema preparó el montaje de los interinos a su propia medida y conveniencia, los engorda indefinidamente y se complace morbosamente en mantener la espada de Damocles sobre su cabeza no sin evidente injusticia comparativa y fuerte componente acrimonioso por parte de la administración. Ni resuelve el problema, ni existe voluntad ninguna de resolverlo porque acaso no le interese hacerlo. Y se prolonga, con el pretexto de fidelidad a una tradición mal entendida y perjuicio evidente en el sistema educativo, el control personal sobre colectivos injustamente discriminados. Sin embargo la administración, que ha creado el problema, debería, al mismo tiempo, buscar un camino de salida, siempre al margen de los ritos de las oposiciones que poco tienen que ver con los móviles educativos del país, y son causa tantos perjuicios al sistema.............................http://cronicasdelnoroeste.blogspot.com/



1 comentario:

Anónimo dijo...

Estou totalmente de acordo. Fun interino varios anos e non esquezo. E agora xurden asociacións que queren modificar as listas, o único resquicio de estabilidade do corpo. Saúdos e seguide na loita.