martes, 18 de diciembre de 2007

ANALIZANDO EL INFORME PISA

Pese a los complacientes mensajes de nuestras autoridades educativas ministeriales ("Estamos cerca de la media y en el lugar que nos corresponde") tras el último informe PISA, su coordinador, Andreas Schleicher, dice que "es incuestionable que los alumnos españoles quedan muy atrasados respecto a los países con mejores resultados de la OCDE" (El País, 3 de diciembre de 2007). ¿A quién hacemos caso? ¿A los analistas ministeriales -y sus intelectuales orgánicos- o a Schleicher?
Si bien es cierto que nuestro sistema educativo está lejos de ser un desastre y que mucho ha avanzado desde el inicio de la democracia, habría que adoptar medidas drásticas si queremos salir de la mediocridad en la evaluación de ciencias y de la bochornosa bajada en comprensión lectora.
El sistema educativo lo que hace es privilegiar a los ya privilegiados educativamente. Por eso, en aquellos países cuyos padres y madres del alumnado tienen mayor nivel educativo se obtienen sistemáticamente mejores resultados. Lo malo de este tipo de explicación es que a veces conduce a pensar que la única opción sensata es esperar a que los futuros padres y madres eleven sus niveles educativos.
A esto se añade la contundencia empírica de que los informes PISA han detectado una gran estabilidad en sus seis años de existencia. Sin embargo, esto no quiere decir que las cosas no puedan cambiar. De hecho, Finlandia, el país líder en estos informes, era de lo más mediocre en los años ochenta -no existía el PISA pero había evaluaciones internacionales de matemáticas-. A lo largo de los noventa Finlandia optó por un sistema educativo comprehensivo e integrador -se puede ver más en el excelente artículo de Javier Melgarejo en el número extraordinario de Revista de Educación de 2006-. Polonia es otro ejemplo de país que, sin ser tan exitoso como Finlandia, ha optado por evitar segregaciones escolares tempranas avanzando considerablemente entre el informe de 2000 y el de 2003.
Nuestros pésimos resultados en comprensión lectora -corroborados en el estudio internacional PIRLS con alumnos de nueve años- son fácilmente comprensibles en una escuela, especialmente la secundaria, que rara vez va más allá del libro de texto -el cual ni siquiera se llega a leer en su totalidad- y de la cultura (sic) de los apuntes. Tenemos bibliotecas escolares -muchas de ellas excelentes- y escasas bibliotecas públicas, por regla general, todas ellas infrautilizadas. ¿Para qué leer si todo está ya en los apuntes, si no se incentiva la actitud investigadora, si no se promueven dentro del aula escenarios deliberativos en los que intercambiar opiniones informadas? Como mucho se leen libros en la asignatura de Lengua, lecturas más bien orientadas hacia la reverencia por la literatura culta que hacia la creación de un público lector consumidor de libros. La prensa escrita apenas se utiliza en nuestra docencia y así nos va tanto a la ciudadanía como al estudiantado.
No es extraño que más de un profesor, al ver las preguntas del PISA, considere que obtenemos muy buenos resultados teniendo en cuenta el cómo y el qué se enseña.
La Educación Secundaria Obligatoria (ESO) -de donde proceden los alumnos que responden al informe PISA- se ha convertido en una suerte de travesía del desierto entre la primaria y el bachillerato -y así parece que la considera la reciente Ley de Orgánica de Educación-. Muchos profesores no han aceptado la mezcolanza de alumnos de distinto nivel de rendimiento en los centros de secundaria y consideran que en la ESO no hay nada que hacer: las mieles de los verdaderos aprendizajes quedan para el bachillerato. Sin embargo, la mejora pasa por conseguir una educación de calidad para todos, sin exclusiones.
Incomprensiblemente, la sociedad española ha tolerado la existencia de unos profesores de secundaria carentes de una formación previa como docentes -salvo que entendamos por tal la falsedad del Certificado de Capacitación Pedagógica-. Una vez más Ortega tenía razón: España es el problema, Europa la solución. Ha de llegar el espacio europeo de educación superior para que, por fin, nuestros futuros profesores de secundaria esgriman un título de máster que les habilite para el ejercicio de la docencia (técnicas pedagógicas, conocimiento de la organización escolar, etcétera).
La consolidación de equipos docentes en nuestra enseñanza pública es una misión casi imposible. ¿En cuántos centros tenemos más de un 30% de interinos? ¿Cómo va a implicarse quién sabe que al año siguiente y al otro y al siguiente vagará de centro en centro? En la privada, especialmente en la concertada, este problema parece resuelto. Sin embargo, pese a su singular privilegio de escolarizar al alumnado procedente de las mejores familias, parece incapaz de contribuir a elevar el porcentaje de estudiantes de alto nivel: en España están en los niveles 5 y 6 (los dos más altos) el 4,8% del total de estudiantes frente al 20,9% de Finlandia -en la evaluación de ciencias en ambos casos-. Justamente este bajo porcentaje es una de las causas de nuestra mala posición internacional.
Parece que los informes PISA no nos quieren dar disgustos más serios y no se prevé un estudio monográfico sobre los aprendizajes de lenguas extranjeras. De momento, sólo se centran en comprensión lectora, matemáticas y ciencias.
Rafael Feito es profesor de Sociología de la Educación en la Universidad Complutense de Madrid.

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